The bedside books of the Babel librarian
Un volumen muestra por primera vez las joyas de la biblioteca personal de Jorge Luis Borges
Es una maravillosa primera edición en inglés de Los siete pilares de la sabiduría,de T. E Lawrence, Lawrence de Arabia, con dos sables cruzados en la portada y en el medio de ellos la inquietante frase de puño del autor “The sword also means clean-ness+death” (la espada significa también muerte limpia). El volumen incluye mapas con los ataques del emir Dinamita al ferrocarril de Damasco. Y, sobre todo, unas notas escritas a mano en letra pequeña, en castellano e inglés, en las hojas de respeto en blanco (por ejemplo: “Había una certidumbre en la degradación. 581”, “I asked how they could look with pleasure on children. 508″, “our comic reproductive process-356 f. 508” o “una vindicación del fracaso”). El propietario del libro era Jorge Luis Borges y las notas, comentarios y frases que le impactaron de la lectura, en 1939 en Buenos Aires, según consta, son suyas.
El encuentro del autor de El Aleph y el conquistador de Akaba (Borges admiraba a Lawrence aunque también le ponía celoso que a Maria Kodama le gustara tanto Peter O’Toole en la película y le subrayaba a ella que tanto el actor como el aventurero eran bajitos, “y a usted le gustan altos, María”) es solo una de las muchas emociones que procura La biblioteca de Borges (Paripé Books), un libro de Fernando Flores Maio con fotografías de Javier Agustín Rojas que presenta una selección de los libros de cabecera del gran bibliotecario de Babel.
Ahí están también, asimismo con notas, The life of Oscar Wilde, de Hesketh Pearson; un ejemplar de la Biblia de Cambridge en cuyas guardas Borges anotó en 1941 “En el principio Dios fue los dioses (Elohim)”, las obras escogidas de Cocteau, The Kabbalah unveiled, de MacGregor Mathers, el I Ching, el Corán, la Bhagavad-Gita, y la poderosa edición de The Tibetan Book of the dead del gran pionero estadounidense de los estudios de budismo tibetano W. Y. Evans-Wentz (en las guardas, varias notas muy especializadas de Borges de 1951). Paradise lost, de Milton, tiene una significación especial: ambos, Milton y Borges perdieron la vista. En el caso de Borges muy progresivamente (la ceguera, crónica, seguramente una miopía degenerativa, le afectó buena parte de su vida aunque no se hizo completa de los dos ojos hasta que cumplió los 80 años).
“Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir, yo me jacto de aquellos que me fue dado leer”, decía Borges. Para él, que añadía con modestia que no sabía si era un buen escritor pero creía ser “un excelente lector, o en todo caso un sensible y agradecido lector”, el libro era “el más asombroso de los instrumentos del hombre”, y la lectura una forma adelantada de felicidad. Acordaba con Emerson que una biblioteca es una especie de gabinete mágico en el que están encantados los mejores espíritus de la humanidad, que nos esperan para salir de su mudez. “Tenemos que abrir el libro, entonces, ellos despiertan”.
Sin embargo, su biblioteca personal no era muy conocida. “En realidad, la idea del libro”, explica Patricio Binaghi, el editor de Paripé Books, una firma basada en Madrid y especializada en libros de fotografía e ilustración, “surgió un día que en un almuerzo organizado por Flores Maio (quien ha escrito el texto y seleccionado los libros), estaba María Kodama y le pregunté sobre el mito de que Borges no tenía biblioteca personal porque se dejaba los libros en sitios o los regalaba. Y ella me dijo que no era así, que su biblioteca particular estaba en la fundación Borges que ella preside. Yo sabía que Borges hacía anotaciones en los libros que leía. Y les propuse a Flores Maio y a Kodama hacer el libro. Durante meses fuimos semanalmente a la fundación a fotografiar el material. Es un libro más de imágenes que de textos, en el que los libros y las anotaciones de Borges son los protagonistas”. Los libros reproducidos constituyen menos de un cinco por ciento del fondo que conserva la fundación. La selección se ha hecho al azar, aunque es sabido que con Borges eso solo significaba nuestra ignorancia de la compleja maquinaria de la causalidad.